viernes, 25 de julio de 2014

EL PATRIOTISMO EN LA BIBLIA Y EN LA HISTORIA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

EL PATRIOTISMO EN LA BIBLIA Y EN LA HISTORIA

Con ocasión de las fiestas patrias del año 2001 publiqué un artículo con algunas reflexiones sobre el Patriotismo en la Biblia, que luego volví a publicar en 2008 ampliándolo para abarcar algunos aspectos del tema del patriotismo en la historia. Creo oportuno volver a publicar ese texto revisado, omitiendo algunos párrafos no esenciales.


No hay evidencia en la Biblia de que Dios creara a las naciones del mundo, con la sola
excepción del pueblo de Israel, al cual hizo surgir de un hombre para que fuera "su" pueblo y que de su seno naciera el Salvador del mundo (Gn 12:1,2). Pero eso no quiere decir que Dios no haya intervenido en la formación y desarrollo de otras naciones y de otros pueblos, porque sabemos que nada ocurre en la tierra sin que sea querido o permitido por Dios.
Humanamente hablando la existencia de naciones y pueblos tiene su origen en la separación física de grupos humanos que, al vivir en entornos geográficos distintos, adquieren características propias y evolucionan de manera diferente.
Por ejemplo, el habitante de la costa, que suele dedicarse a la pesca y al comercio, es diferente del habitante de los valles, que se dedica preferentemente a la agricultura, y diferente del poblador de las montañas que se dedica sobre todo al pastoreo.
La primera separación física de la familia humana ocurrió cuando Caín asesinó a su hermano Abel. Dios expulsó a Caín del lugar en que vivía con sus padres y lo hizo caminar errante por muchas comarcas, hasta que, suponemos, se estableció en algún lugar fijo (Gn 4). Vemos pues en ese episodio que el alejamiento de Caín y de su clan fue causado por el pecado. El cap. 6to. del Génesis nos sugiere que la humanidad se dividió al cabo de cierto tiempo en dos: los hijos de Dios, descendientes de Set, y los hijos de los hombres, descendientes de Caín (6:1-4).
La segunda y más importante separación ocurrió después del diluvio en la torre de Babel. Hasta entonces todos los hombres hablaban un solo idioma, que es signo de identidad común. Pero, a causa de su orgullo, Dios confundió sus lenguas y los esparció por toda la tierra (Gn 11:1-9). Una vez más, el pecado es el que lleva a la separación de los pueblos.
Las grandes distancias hicieron que surgieran pueblos de costumbres, historia y religiones diferentes. Viviendo en entornos geográficos y climáticos muy variados, a veces aislados unos de otros, los diversos pueblos adquirieron las características raciales que los distinguen, aunque en qué forma lo hicieron y cuándo, es para nosotros un misterio, pues la Biblia no dice nada al respecto, y las ciencias naturales tampoco lo explican del todo satisfactoriamente.
El hombre es un ser gregario, nos dice la sociología, haciendo eco de las palabras de Dios: "no conviene que el hombre esté solo," (Gn 2:18). El hombre necesita juntarse con otros seres semejantes a él para sentirse acompañado y para defenderse. En las sociedades modernas, tan alejadas de la antigua organización tribal con sus estrechos lazos de sangre, se forman corrientemente grupos de personas ligadas por algún nexo común, como pudiera ser una misma afición, un mismo deporte, una misma profesión, o vivir en el mismo barrio, etc. Esas asociaciones obedecen a un instinto humano primario de hermandad, de compartir experiencias, pero también muchas veces a la necesidad de defensa mutua. Esas mismas motivaciones, junto con el lazo de la sangre, están en el origen de las tribus, que son el origen de las naciones.
Llegados a este punto podemos preguntarnos ¿qué cosa es el patriotismo? Y ¿cuán aceptable es a los ojos de Dios? Y ¿qué tiene que hacer con lo que estamos hablando? El patriotismo es ante todo amor de lo propio: amor a nuestras raíces, amor a la tierra en que habitamos y a los que habitan en ella, amor de sus paisajes y costumbres, amor de su historia (Nota 1). Esto es, amor del pasado -que recordamos con afecto pues nos enseña cómo vinimos a ser lo que somos- y amor del futuro al que nos proyectamos en nuestros hijos.
En la Biblia podemos ver cómo Dios estimula esos sentimientos. En el Pentateuco hay varios pasajes en donde Dios exhorta al pueblo a recordar lo que Él hizo por ellos y a estarle agradecidos (Dt 15:15). El Dios que los hebreos adoraban era el Dios de sus padres, de Abraham, Isaac y Jacob, fundadores de su pueblo (Ex 3:15). La sola mención de esos nombres los hacía remontar a sus orígenes y reafirmaba su fe en las promesas que Dios dio a sus mayores.
Antes de entrar a la tierra prometida, Israel era un arameo errante, sin territorio propio, huésped o esclavo de otros pueblos (Dt 26:5-9). Pero una vez que entraron  a la tierra que fluye leche y miel, ellos la amaron, la cultivaron y se dedicaron a engrandecerla. Los pasajes del Antiguo Testamento que exaltan la tierra que Dios les dio en herencia son numerosos (Dt 8:7-10; 11:11,12).
Cuando las circunstancias los obligaron a alejarse de ella sienten una gran tristeza. Los salmos de la cautividad están llenos de sentimientos de nostalgia por la tierra que habían dejado (Sal 137:1, 4-6). Cuando Nehemías oye el relato del estado en que se encuentra Jerusalén, llora y hace duelo (Nh 1:4). Esos sentimientos y esas palabras las inspiraba el Espíritu Santo, pero no eran exclusivos del pueblo elegido. Todos los habitantes de la tierra sienten nostalgia por su país de origen y se afligen cuando le va mal. Es algo instintivo.
Los pueblos adquieren su identidad y su personalidad a través de los acontecimientos de su historia y de sus sucesos más notables. Es su historia, lo que hicieron, lo que lograron y lo que sufrieron juntos lo que les da el sentimiento de pertenencia y de solidaridad. El pueblo que no recuerda su historia, su pasado, no sabe qué ni quién es.
¿Qué es la Biblia? En buena parte no es otra cosa sino una colección de libros de historia, de "historia sagrada". Dios se revela a sí mismo, y nos revela su voluntad a través de la historia del pueblo elegido y de sus muchas intervenciones providenciales en su destino. Porque es bueno que sepamos que todos los pueblos y países tienen un destino que se desarrolla bajo la mirada amorosa y vigilante de Dios, “que tiene cuidado de nosotros” (1P 5:7).
Si nosotros leemos con cuidado, y sin prejuicios, los hechos básicos de la historia de nuestro país, podemos ver la mano de Dios en el giro que tomaron muchos acontecimientos. De hecho no hay acontecimiento en la historia peruana en el que Dios no haya intervenido. A eso lo llamamos Providencia. Si amamos a nuestro país deberíamos conocer la historia de nuestra patria y detectar en ella las intervenciones providenciales de Dios (2).
Pero Dios no hizo surgir sólo a Israel como nación con un propósito. Aunque la Biblia no lo diga expresamente, varias de las naciones a lo largo de los siglos llevan la marca de la misión que Dios les encomendara. Por ejemplo, la expansión del imperio griego bajo Alejandro Magno en el siglo IV antes de Cristo, permitió que el idioma de ese pueblo se difundiera por todo el Medio Oriente y el Mediterráneo. Como sabemos, el griego fue el lenguaje de la primera evangelización y del Nuevo Testamento. La predicación de los apóstoles habría sido muy difícil si no hubieran podido hablarles a todos en un mismo idioma en sus viajes.
La expansión del pueblo romano en el Mediterráneo oriental unos dos siglos después de Alejandro, aseguró las condiciones que permitirían la predicación del Evangelio a todas las naciones y los viajes apostólicos por mar y tierra en un ambiente de paz, orden y seguridad: la famosa "Pax Romana".
El amor a la patria, cuya raíz es el amor a la familia, es pues algo que Dios alienta. Sin embargo, cuando viene el Cristianismo, la cruz derriba las barreras que separan a los pueblos y hace de ellos uno solo en Cristo, como dicen Gálatas (3:28) y Efesios (2:11-16).
Es muy interesante observar cómo cuando la rama occidental del Imperio Romano fue conquistada por los bárbaros y desapareció la autoridad central que le daba coherencia (476 DC), la cultura, la administración pública, la actividad económica y el bienestar general empezaron a decaer. Para entonces ya hacía casi un siglo que el Cristianismo había sido declarado religión oficial bajo el reinado de Teodosio I (381 DC) y había consolidado las estructuras de su organización. En el ambiente de decadencia y caos provocado por la anarquía y las invasiones de los bárbaros, el principio unificador y consolidador fue la religión, el Cristianismo. Los obispos asumieron la responsabilidad que las autoridades civiles no podían ejercer; la gente buscaba seguridad asentándose en torno a los conventos, dando origen a nuevas ciudades.
En esa época la Cristiandad era una sola, aunque las lenguas de los pueblos que la componían eran diferentes. El lazo común que los unía era más fuerte que las diferencias de raza, idioma y costumbres. El latín era el lenguaje común del culto, de la administración y del conocimiento.
No había países en Occidente, en el sentido moderno, durante esa época oscura para nosotros pero luminosa para Dios (Era la infancia de la cultura occidental cristiana. Sabemos que Dios ama a los niños). Sólo había barones locales que buscaban afirmarse unos sobre otros, hasta que los reyes fueron consolidando gradualmente su autoridad sobre los demás señores feudales. Así, poco a poco, se fueron formando las principales naciones europeas, al mismo tiempo que se desarrollaba su cultura. Cuando se consolida el estado-nación, en el siglo XVI, surge el moderno sentimiento patriótico: amor al propio país y a su soberano. Es un sentimiento de afirmación nacional, pero también de afán de hegemonía y de dominio, en el cual el orgullo y la ambición de los reyes y pueblos juegan un papel importante. Vemos pues que en el sentimiento patriótico hay cosas buenas y cosas que no lo son tanto, que provienen del pecado que anida en el corazón del hombre.
El amor a la patria y el sentido de misión dan cohesión a los pueblos y los impulsa a realizar grandes hazañas. Pero el nacionalismo puede convertirse en una idolatría cuando, por ejemplo, gira en torno del sentimiento de superioridad racial, y puede ser explotado por individuos ambiciosos, ansiosos de gloria personal, y con fines políticos y de expansión territorial. Ahí está el origen de muchas guerras, y de la última conflagración mundial, que fue la más sangrienta y destructora de todos los tiempos.
El cristiano sabe que es ciudadano del mundo. El reino de Dios al que pertenece no tiene fronteras y él es capaz de amar por igual a todos los habitantes de la tierra y a todos los pueblos, porque todos son criaturas de Dios, y a todos mandó Dios que se les predicara el Evangelio y se les discipulara (Mt 28:18-20).
Al mismo tiempo, el cristiano ama la tierra que le vio nacer y donde se encuentran sus raíces. Reconoce las cualidades de su pueblo, pero no es ciego a sus defectos. Obedece a las leyes de su patria, paga sus impuestos y respeta a sus autoridades, porque sabe que toda autoridad procede de Dios (Rm 13:1,2), pero tampoco las adora servilmente, pues es conciente de que son limitadas y falibles. Da lo mejor de su tiempo y de sus fuerzas trabajando para su propio sostenimiento y para el progreso de su nación. Y desea para ella lo mejor, a saber, que Cristo sea el Rey y Señor de todos sus habitantes. 
En la historia del pueblo hebreo vemos cómo el sentido particularista se superpone al sentido de identidad común (ser hijos de Abraham) cuando los reinos de Judá y del Norte (que agrupaban a dos y a diez de las tribus, respectivamente) se enfrentan en guerras fraticidas frecuentes (1R 12;15:16ss; 2R 13:12, etc.). Varios pasajes de la historia de David, empero, nos hacen ver que la rivalidad entre ambos sectores del pueblo elegido era anterior a la división del reino de Salomón. (2S 2:1-7;5:1-5;19:41-43).
El exilio babilónico exacerbó el nacionalismo de los judíos. El libro de Ester es una buena muestra de ello, así como los libros de los Macabeos. El infortunio sufrido bajo pueblos que eran más poderosos que ellos (babilonios, persas, griegos y romanos) hizo que, por compensación, el sentimiento de pertenecer a un pueblo escogido por Dios para un destino especial y glorioso, y que era, por tanto, superior a los demás pueblos, aumentara y se convirtiera en un sentimiento de orgullo excluyente.
Por eso cuando nació Jesús los judíos -que eran política y económicamente inferiores a sus conquistadores- se consideraban superiores a ellos y despreciaban a los incircuncisos. Los judíos no entraban a casas de gentiles ni comían con ellos (Hch 10:28). El que lo hacía se contaminaba. Dios tuvo necesidad de hacer comprender al apóstol Pedro, y con él, a los discípulos, "que Dios no hace acepción de personas sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia." (Hch 10:34,35) 
En el pasado los pueblos conquistadores se han sentido siempre superiores a los conquistados. Pero Dios ha castigado su orgullo haciendo que su supremacía fuera de corta duración (Lc 1:52; Sal 37:35,36) y ha levantado a pueblos que eran antes oprimidos. La visión de los cuatro imperios que surgen y desaparecen en el libro de Daniel es un claro ejemplo (Dn 2:31-45). Al auge de los grandes imperios posteriores de la historia (Roma, Persia, Arabia, España, el Imperio Otomano, Gran Bretaña) sucede su decadencia y, algunas veces, su desaparición, o por lo menos, el ser desplazados de los primeros lugares.
El sentimiento de amor justo a lo propio, a los nuestros, el amor de la tierra y del paisaje, el sentimiento de pertenencia y de las propias raíces, no tienen que coincidir necesariamente con el espíritu de conquista o de agresión. A los pueblos pacíficos les va a la larga mejor que a los guerreros. Eso se ha podido comprobar en tiempos recientes: Suecia y Suiza, que fueron pueblos guerreros en el pasado, pero que adoptaron una actitud de neutralidad en las dos últimas guerras, escaparon a la destrucción que sobrevino a los países beligerantes convertidos en campos de batalla. Costa Rica, el país más avanzado de la América Central, no tiene ejército.
El patriotismo se expresa mejor en el amor al trabajo, en la laboriosidad, en la disciplina y en el respeto de las leyes –garantía del orden- que en las arengas patrioteras y en los desfiles.
El día en que Cristo venga a reinar en la tierra los muros de separación que cayeron en el espíritu cuando Él murió en la cruz por judíos y gentiles, se derrumbarán también en lo físico, y todos los pueblos se unirán en la adoración a un solo Señor y Rey. (29.07.01)
Notas: 1. La palabra "patriotismo" viene de "patria" en latín que, a su vez, deriva de "pater", es decir, "padre".
2. Ha habido casos patentes. Por ejemplo: cómo se salvó Lima de ser incendiada por los chilenos. El nombre de una avenida de la capital, Almirante Du Petit Thouars, lo recuerda, pero pocos saben qué fue lo que le hizo dar vuelta y regresar al Callao con sus naves cuando ya se alejaba de nuestras costas.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.

#840 (27.07.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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